Roque das Goás

Esto aconteceu aló polos anos dez, cando se fixo famoso Vedrines, voando o Paso de Calais. Roque das Goás púxose a inventar unha máquina voadora. A máquina saíalle perfecta na mente, e poñíase a dibuxala e na máquina poñía cinco asentos, pra el, a muller, e os tres fillos do matrimonio. E antes de porse a fabricala, xa andaba polos montes veciños buscando o lugar dende onde se tiraría en vó sobre o Ulloa, vendo acolá embaixo a Melide, a Palas de Rei, o castelo de Pambre, denantes de virar pra pousarse en Santiago de Compostela. Roque fixo unha viaxe a Santiago pra saber ónde era millor que se pousase, e pareceulle mui apropiada a plaza do Obradoiro. Non comentaba con naide o choio da máquina voadora, nin coa muller. Cando millor lle saía a máquina era polas mañanciñas, antes de erguerse, ainda medio durmido. Entón todas as pezas encaixaban, machiembradas, pero xa desperto e almorzado, decagtábase de que se lle esquecía algo. ¡Si puidera debuxar a máquina namentras durmía! ¿Non habería ningún método? Roque non daba si o choio era de consulta de médico ou de abogado. Como non daba coa máquina perfecta máis que en soños , non se poñía a fabricala. Tiña abandonada a labranza e máila a carpintería, na que era mui apreciado, especialmente pra carros do país e grades, e sempre que podía iba a tumbarse ao pé dun albre calquera, inventando a ditosa máquina, voando sobre a Cruña, e saudando ao señor Viturro ao pasar por derriba do Cantón Grande. Tanto o satisfacían os seus ensoños que chegou a pensar que merecera a pena o fabricar a máquina voadora. Pro, ¿cómo iban a saber os veciños que voaban? ¿Cómo iban gozar voanda a sua muller e máilos seus fillos? ¡Ninguén o aplaudiría nun calquera dos seus famosos aterraxes soñados!

     Cheo de dúbidas, Roque seguía tumbándose a imaxinar vós. Un serán de verán, namentras toda a familia estaba na sega do centeo, Roque botou unha sesta á sombra dun castiñeiro. E despertouno ún que dou con un zoco seu contra un zoco de Roque. Era un fato de perto de Ribadiso, que saía a ganar uns reás axudando nas segas e nas mallas, paro si non había merenda con bacallau iba ofrecerse a outro lugar. Era alto e gordo, mofletudo e desdentado, e chamábase Pastor.

-¡Déixame en paz, Pastoriño!
Pastor ollaba pra el fixamente, e ao fin falou:
-¡Muito se viaxa, Roquiño!
   Roque mirou mui sorprendido ao fato Pastor, porque en verdade estaba que voaba con toda a familia aos baños de mar. Pastor ollaba tan fixamente a Roque aos ollos, que parecía que o estaba hipnotizando. Ao fin, o fato pegou un grande salto, brincou deica a copa do castiñeiro primeiro, e despois ao outro lado do camiño, e botou a correr cara Palas. Ría ás gargalladas.

E Roque confesoulle á muller que dende aquel día nunca máis puido soñar que voaba. Volveu ao traballo. Non podía soñar que voaba, porque agora decatábase que o fato Pastor lle arroubara pola mirada os planos da máquina. Senón, ¿cómo iba ter brincado até o alto do castiñeiro, e dende alí ao outro lado do camiño, que estaba a cen metros? A Roque lembrándose doseus aterrizaxes, entrábanlle ganas de aplaudir a Pastor.

Roque das Goás

Esto acontecía allá por los años diez, cuando se hizo famoso Vedrines volando. Roque das Goás se puso a inventar una máquina voladora. La máquina le salía perfecta en su mente, y la dibujaba muy bien, con cinco asientos, para él, su mujer y sus tres hijos, y antes de ponerse a construirla, ya andaba buscando por los montes vecinos el lugar desde donde se lanzaría en vuelo sobre la Ulloa, viendo allá abajo a Mellid, a Palas de Rei y el castillo de Pambre, antes de virar para posarse en Santiago de Compostela. Roque hizo un viaje a Santiago para elegir sitio de aterrizaje, y le pareció el más apropiado la plaza del Obradoiro. No comentaba nada de la máquina voladora con nadie, ni con su mujer. Cuando mejor le salía la máquina en su imaginación, era por la mañana, antes de levantarse, todavía medio adormilado. Entonces, todas las piezas encajaban perfectamente, pero ya bien despierto, y desayunando, notaba que se le olvidaba algo. ¡Si pudiera escribir todos los detalles de la máquina y dibujarla al mismo tiempo que dormía! ¿No habría algún método? Roque dudaba si el asunto era consulta de médico o de abogado. Como no lograba la máquina perfecta más que en sueños, por decirlo así, no se lanzaba a la construcción. Tenía abandonada la labranza y la carpintería, en la que era muy apreciado, y el más de su tiempo lo pasaba tumbado, con los ojos cerrados, inventando la dichosa máquina voladora. Volaba sobre La Coruña y lo saludaba el señor Viturro en el Cantón Grande. Tanto lo deleitaban sus ensueños, que llegó a pensar que mejor soñar que se volaba, a volar, y quizás no mereciese la pena construir la máquina voladora. Pero, ¿cómo iban a enterarse sus vecinos y amigos, y el público en general, que volaba, si no volaba? ¡Nadie le aplaudiría uno de sus famosos aterrizajes soñados! 

Lleno de dudas, Roque das Goás se tumbaba a imaginar vuelos. Una tarde de verano, mientras toda la familia estaba en la siega, Roque echaba una siesta a la sombra de un castaño. Y lo despertó alguien que dio con uno de sus zuecos en los zuecos de Roque. Era un bobo de cerca de Ribadiso, que salía a ganar unas pesetas ayudando en las siegas y en las mallas, pero si no había de merienda bacalao con ajada, no ayudaba e iba a ofrecerse a otro lugar. Era alto y gordo, mofletudo y desdentado, y se llamaba Pastor. Roque le dio las buenas tardes, y Pastor se le quedó mirando fijamente, sin responder. Al fin habló:

–Moito se viaxa, Roquiño!–, dijo.


Roque miró al bobo Pastor estupefacto, porque efectivamente estaba imaginando que iba en vuelo con toda la familia a los baños de mar. Pastor estaba ante él, mirándole fijamente a los ojos. Roque podía decir que el bobo de Ribadiso lo estaba hipnotizando. Al fin, el bobo abrió los brazos y pegó un gran salto, un salto que lo llevó hasta la copa del castaño, primero, y al otro lado del camino después. El bobo se reía a carcajadas y se marchó corriendo hacia Mellid. Y desde aquel día Roque, se lo confesó a su mujer, nunca más pudo soñar que volaba y volvió al trabajo. No podía soñar que volaba porque, según él, el tal Pastor de Ribadiso le había robado del magín los planos de la máquina. Si no, ¿cómo iba a haber volado hasta lo alto del castaño y aterrizado en el camino, que estaba a cien metros? A Roque, en su interior, y recordando sus aterrizajes famosos, le entraban ganas de aplaudir.



Os outros feirantes
Álvaro Cunqueiro

Fotogramas de Roque das Goás. Capítulo da serie da TVG: Os outros feirantes,  baseada en semblanzas de Álvaro Cunqueiro. Director: Xosé Cermeño. Protagonizado por Andrés Pajares.






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