EL VIAJE AL SIL
Vilas literarias: Quiroga
El viaje al Sil
... Pero este río, al que ahora tan noblemente domina la fábula poderosa de sus caballos, y de la antigua e incontenible entraña tanta fuerza se aprestan a arrancar —y era un río como ajeno a los trabajos y los días del hombre, a solas con su signo aurífero, más que parco en molinos—, por veces se abre en la clara curva de algunos valles de cabal y rematada hermosura, en el Barco o en Quiroga, como saliendo de larga y oscura noche a mañanas de fina y verde luz. Y cuando en su costado al Lor recibe —el río que le trae el sueño de las cumbres, de las sierras de Lóuzara y del Courel, del Pía Paxaro de aspera cabeza—, por parentesco en etiologías, parece que le conceda uno sin más, al Sil, el regalo del Loira de Francia y una suite de castillos corteses, más finos y más nerviosos que palacios. Pero los castillos de esta tierra, los hizo polvo la fusquenlla hermandad, y no serían digo yo, Malpica o Sequeiros, estancias turanesas, Blois o Amboise: más bien violenta roca militar, cubiles de piedra. Y aun el Lor es agua labriega y trabajosa, aunque aprenda declinaciones latinas bajo los puentes romanos: latín y geometría, y tiene siempre una canción en los rápidos y frescos labios, un aire de gaita. No es el Lor el Loira, <<ese río de arena y de gloria>> que cantó Péguy. Pero el valle de Quiroga es más que la dulzura de la Turena. Esta es una tierra sacramental: aceite, pan, vino. Sí, ya sé que no hay olivos plateados en Quiroga ahora: ¿no habrá uno siquiera, un puñado de aceitunas para el aceite de una lámpara, de una sola lámpara, la lámpara de la <<ribera sagrada>>, donde aún hoy los pájaros silban en canto gregoriano los milagros —ahora, ya, trocados en cantigas— del tiempo pasado? El trigo lo apreciaba la Orden de San Juan, que aquí tuvo encomienda, y descansaba en él los días de fiesta, que lo cotidiano era el centeno del Incio. El vino: bueno, del vino habrá que escribir un itinerario, desde Valdeorras a los Peares, deteniéndose en el Bibey por fidelidad a Augusto y a los vinos de Amandi. Cada tramo del Sil tiene su vino, entre el andar del río y cada paso, y la estirpe y calidad de cada viña, quizás haya secreta relación y amistad. En unas notas que un erudito de antaño puso a la canción de Garcilaso de la Vega, hablando de la amistad del olmo y de la viña —casi los amores de Tristán e Isolda—, sobre todo en la catalana tierra, aseguraba que la uva de la cepa que abrazaba un olmo era más fresca, que el árbol le comunicaba la brisa que lo abanicaba... Pues yo hago ahora el viaje al Sil, ¿por qué no hacerlo por las viñas desde el Barco a los Peares, donde las dos aguas maestras de la tierra, Miño y Sil, mutuamente se beben?
Álvaro Cunqueiro
Faro de Vigo, 21 de julio de 1953
Imaxes Roque Soto (Sil) e Albuerne (Cunqueiro)
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